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Declaraciones y discursos Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos

“La humanidad debe estar en el centro de la política", afirma el Alto Comisionado a los estudiantes de Princeton

04 abril 2025

El Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, Volker Türk, en la Universidad de Princeton

Pronunciado por

Volker Türk, Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos

En

Escuela de Asuntos Públicos e Internacionales de Princeton

Distinguidos invitados e invitadas, queridos estudiantes y profesorado,

Me complace estar hoy aquí con ustedes. Mi más sincero agradecimiento a la Escuela de Asuntos Públicos e Internacionales y a todos los que han participado en la organización de este acto.

La Universidad de Princeton ha realizado contribuciones increíbles a nuestro mundo.

Por sus aulas han pasado premios Nobel, presidentes, jueces del Tribunal Supremo, titanes de la industria, filántropos y economistas, así como importantes defensores y defensoras de los derechos humanos, como el activista por la paz Thích Nhất Hạnh y la escritora pionera Maria Ressa.

Hoy, los estudiantes de Princeton no solo aprenden sobre derechos humanos. Son participantes activos en la configuración de nuestros marcos globales de derechos humanos.

Mi más sincero agradecimiento a Udi Ofer y al grupo de estudiantes que viajaron a mi Oficina en Ginebra el año pasado para participar en reuniones sobre la lucha por la justicia racial.

Me alegra estar aquí.

Nos reunimos en un momento difícil para los derechos humanos en todo el mundo.

Hay cerca de 120 conflictos desatados en todo el mundo, con consecuencias devastadoras para la población civil, especialmente para los más vulnerables. Me temo que se ignoran los marcos jurídicos concebidos para protegerlos, como los Convenios de Ginebra, y a veces incluso se desestiman.  

La violencia sexual y el hambre se emplean como armas de guerra, en flagrante violación del derecho internacional humanitario y de derechos humanos.

Las armas mortales circulan libremente entre las fronteras, a la vez que la ayuda vital se bloquea.

Desde Sudán hasta Ucrania, desde la República Democrática del Congo hasta Myanmar y Gaza, las partes en los conflictos armados pisotean las leyes de la guerra.

Me horroriza la reanudación de los ataques en Gaza. Ya han muerto decenas de miles de civiles, entre ellos cientos de miembros de nuestro personal de Naciones Unidas. Es imprescindible que se restablezca el alto el fuego, se reanude la ayuda humanitaria y se libere de forma inmediata e incondicional a los rehenes restantes.  

Está claro que no hay en absoluto ninguna justificación para las atrocidades que Hamás y otros grupos cometieron contra la población israelí el 7 de octubre de 2023. Está igualmente claro que no existe justificación alguna para el castigo colectivo impuesto por Israel al pueblo palestino.

En Sudán, los civiles están pagando un precio demasiado alto a la vez que dos generales luchan por el poder y los recursos. Los generales y sus aliados han lanzado ataques devastadores contra zonas densamente pobladas, con total desprecio por el derecho internacional. Miles de personas han muerto, más de ocho millones han sido desplazadas y unos 25 millones pasan hambre. Ahora han aparecido informaciones muy preocupantes de matanzas generalizadas de civiles en la capital, Jartum, recuperada por las Fuerzas Armadas Sudanesas el mes pasado.

No podemos permitir que se normalicen prácticas horribles, como el uso de armas químicas en el caso de Siria, los ataques a la atención sanitaria en el caso de tantos conflictos de todo el mundo, y la tortura.  

Más cerca de nosotros, tenemos la situación especial de Haití, donde la población se encuentra atrapada en una espiral de violencia. El Estado no está presente para proteger los derechos humanos de las personas.

Incluso en países supuestamente en paz, muchas personas se sienten inseguras y a la deriva.

A medida que el crecimiento económico se ralentiza, las políticas de austeridad se ceban en la vida cotidiana de la población.

Los empleos son precarios. Los sueldos cada vez alcanzan para comprar menos artículos.

Los gobiernos hablan de reducir el fraude y el despilfarro, cuando en realidad están recortando las prestaciones a los más pobres y los impuestos a los ricos.

El caos climático ya está aquí, y los más vulnerables están sufriendo sus consecuencias mortales.

Toda esta situación alimenta la alienación, el cinismo y la pérdida de confianza en las instituciones. Las comunidades luchan contra la polarización mientras los demagogos prosperan en los extremos. Las libertades civiles y los derechos políticos han ido disminuyendo en todo el mundo durante 19 años consecutivos, según Freedom House.  

Los refugiados, las refugiadas y los migrantes viven con miedo porque se les demoniza y se les convierte en chivos expiatorios.  Las personas LGBTIQ+, especialmente las transgénero, sufren acoso y violencia, simplemente por ser quienes son.

A las personas con discapacidad se les estigmatiza y rechaza.

Las mujeres y las niñas sufren una discriminación generalizada, desde la negación de sus derechos sexuales y reproductivos hasta la persecución por motivos de género en Afganistán. Las ideas tóxicas sobre la masculinidad están ganando terreno, sobre todo en las redes sociales.

Los propios derechos humanos son objeto de ataques, ya que activistas, abogados, periodistas y grupos de la sociedad civil reciben amenazas y son sometidos a acoso y desinformación.

Estimados estudiantes y amigos:

Hasta aquí, todo resulta conocido. Estoy seguro de que muchos y muchas de ustedes reconocen el mundo que he descrito.

Sin embargo, no somos incapaces de resistirnos a estas tendencias. No se trata de un desastre natural, sino de una catástrofe provocada por el hombre, y utilizo el término intencionadamente porque es el resultado de decisiones tomadas en gran medida por el hombre.

Para encontrar soluciones, debemos analizar y comprender cómo hemos llegado hasta aquí.

La erosión del Estado de derecho es a la vez causa y consecuencia de un mundo desorganizado.

El Estado de derecho es el principio simple pero poderoso de que todos nosotros y nosotras, países, empresas, ciudadanía, somos responsables ante un conjunto justo de normas comunes.

El Estado de derecho protege a las personas en situación de vulnerabilidad; previene la discriminación, el acoso y otros abusos; ayuda a resolver disputas; y defiende ante los crímenes atroces.

Fomenta la confianza mutua y en las instituciones públicas, y apoya a comunidades y sociedades fuertes, cohesionadas y resilientes. Hace que los Estados sean más seguros, prósperos y protegidos.

Hoy en día, a escala mundial, existe un desprecio creciente por el derecho internacional y ataques sin precedentes contra las instituciones y los marcos multilaterales.

Tratados internacionales esenciales, desde el Acuerdo de París hasta la Convención de Ottawa sobre las Minas Antipersonales, se están debilitando a medida que los países se retiran.

También vemos cómo se normaliza el uso ilegal de la fuerza.

El espectro de la confrontación nuclear ha vuelto.

Más que nunca, necesitamos liderazgo en pro de la paz.

Como estudiantes de gobernanza, ustedes son conscientes de la importancia que revisten las instituciones mundiales las cuales realizan una labor esencial y han demostrado su valor durante décadas.

Hoy en día, algunas de estas instituciones se están viendo desprestigiadas y desprovistas de financiación. Me viene a la mente la Organización Mundial de la Salud y el Organismo de Obras Públicas y Socorro de las Naciones Unidas para los Refugiados de Palestina en el Cercano Oriente, entre otras.

Y me preocupa profundamente que varios países estén socavando las instituciones que sustentan el derecho internacional, incluida la Corte Penal Internacional. La Corte es un pilar fundamental de la justicia penal internacional.

Corremos el riesgo de pasar del Estado de derecho a la anarquía.

De un mundo que aspira a la justicia y a la rendición de cuentas, a un mundo en el que el poder militar y la enorme riqueza permiten a los fuertes aprovecharse de los débiles, sin dejar a nadie ni ningún lugar a salvo.

También observamos cómo se socava el Estado de derecho a escala nacional en muchos países.

Parte de ello es deliberado; otra parte es producto de nuestra época.

Las nuevas tecnologías, incluyendo la Inteligencia Artificial Generativa, tienen un poder sin precedentes para resolver muchos de nuestros problemas mundiales, desde el hambre y la pobreza hasta la crisis climática. Sin embargo, también plantean riesgos nuevos.

Los Estados elaboran las leyes nacionales. Hoy en día, esos Estados están en retroceso a medida que unos cuantas corporaciones y oligarcas tecnológicos no elegidos amplían su control e influencia sobre nuestras vidas.

Las empresas tecnológicas mundiales rastrean nuestros movimientos y nuestro estado de ánimo, nuestra salud y nuestros hábitos.

Las personas, sin saberlo, están facilitando a las empresas privadas la capacidad de espiarlas. Esta información puede llegar rápidamente a manos de quienes desean perjudicarles.

Y lo que es aún más alarmante: las empresas utilizan estos datos para manipularnos.

Desde dónde vivimos y qué compramos, hasta la temperatura de nuestra piel y nuestra frecuencia cardíaca, las empresas tecnológicas disponen de toda la información necesaria para saber lo que desencadena una respuesta emocional y nos lleva a actuar. Esa acción puede ser comprar una tostadora o votar.

La manipulación aumenta sus beneficios y su poder sobre nosotros y nosotras.

Todo este panorama resulta muy preocupante.

Además, existen también pruebas de que los sesgos en las herramientas de análisis que usan estos programas contribuyen a crear una mayor discriminación contra grupos marginados.

Por ejemplo, es posible que asignen emociones más negativas a rostros negros que a rostros blancos. Estos sesgos refuerzan los estereotipos, alimentan la discriminación y agudizan las desigualdades.

Los Estados deben cumplir con su deber de proteger a la población de esos poderes sin control, allá donde se encuentren.

Es necesario que creen marcos legales que protejan la privacidad, otorguen control a las personas sobre sus datos, y se aseguren de que estos datos no son utilizados por corporaciones sin su consentimiento.

También deben educar a las personas sobre la tecnología que usan, y sobre como pueden impedir que sus datos sean usados erróneamente con el fin de manipularlos.  

Hasta la fecha, muchos Estados no están consiguiendo cumplir con estos objetivos.

A menos que se adapten a la realidad de hoy y protejan los derechos y libertades de las personas en la esfera digital, podríamos estar dirigiéndonos hacia nuevas formas de opresión y sometimiento.

Estimados amigos y amigas,

Por todos los rincones del mundo, demagogos y autócratas están haciendo uso de estas tecnologías asombrosas como herramienta para desarrollar y mantener su poder.

Vigilan y censuran a sus ciudadanos y ciudadanas con el objeto de ahogar el libre pensamiento y la discrepancia. También están difundiendo información falsa y mentiras en las plataformas sociales para incrementar divisiones y la polarización en nuestra sociedad, con el fin de distraer a las personas de los problemas reales a los que se enfrentan, y en ocasiones, con el objetivo claro de alimentar el miedo, la rabia, la deshumanización e incluso la violencia.

Este hecho se manifiesta de manera más obvia en la demonización de los refugiados.

Yo dediqué muchos años de mi vida a la protección de los refugiados y refugiadas, los migrantes y los apátridas. Lo que más echo en falta en los debates sobre estas cuestiones es el aspecto humano.

Me preocupa mucho la imagen que se ofrece de los refugiados y migrantes en los debates políticos actuales.   No reconozco a las personas que son descritas.

Conforme al derecho internacional, los refugiados tienen derecho a seguridad y a asilo. Y los migrantes, independientemente de su condición, son tenedores de derechos humanos.

Me gustaría echar una mirada atrás a la historia en este punto. La Convención sobre el Estatuto de los Refugiados de 1951 se creó a partir de la experiencia de judíos, disidentes políticos y otras personas que huían de la Alemania Nazi, quienes a menudo eran devueltas a sus países de origen, en donde se enfrentaban a diferentes peligros e incluso la muerte.

Las personas LGBTIQ+ forman también parte de esa historia.

La criminalización de nuevo de las relaciones consentidas entre personas del mismo sexo que ocurre en algunos países, así como el rechazo contra la comunidad LGBTIQ+ de forma más general, debería preocuparnos a todos y todas.

Las personas LGBTIQ+ han desempeñado un papel destacado en la ciencia, la cultura y las artes a lo largo de la historia. Lo único que ha cambiado es el nivel de persecución que tienen que soportar actualmente.

La historia ha demostrado una y otra vez que nadie está seguro cuando un grupo marginado es usado como cabeza de turco.

Y actualmente somos testigos de este proceso, en campañas en línea y en el discurso de odio dirigido contra personas con discapacidades, periodistas, defensores y defensoras de derechos humanos, así como contra aquellas personas que dependen del apoyo del Estado.  

Las redes de seguridad social tienen el cometido de prevenir que las personas caigan en la pobreza y la miseria. Las políticas de diversidad e inclusión han sido diseñadas para crear una igualdad de condiciones tras siglos de racismo sistémico y misoginia.

En esencia, se basan en la idea de que todos y todas nacemos libres e iguales en dignidad y derechos.

Y seamos claros: todos esos derechos no surgieron por sí solos, como un regalo hacia el mundo.

En ocasiones se nos muestran como lujos que vale la pena tener. No obstante, la historia de los derechos humanos es una historia de dificultades, de lucha, e incluso de derramamiento de sangre.

Muchas personas lucharon y murieron por nuestros derechos humanos: el derecho a la justicia y a un trato equitativo ante la ley, el derecho a expresar nuestra opinión, el derecho a una educación, a la salud, el derecho a vivir sin discriminación.

Pensemos en el movimiento en pro de los derechos civiles. Pensemos en la Guerra Civil.

La Declaración Universal de los Derechos Humanos surgió a partir de las dos Guerras Mundiales, de la Gran Depresión, y de los horrores del Holocausto.  

Se concibió como un prototipo, una brújula, para que nos ayudara a garantizar unas normas básicas de gobernanza en todo el mundo.

Las universidades suponen los centros naturales donde se desarrollan el debate y el diálogo en torno a lo que significan nuestros derechos y sobre como protegerlos en el siglo 21.

Ese debate abierto y sincero es lo que nos ayuda a seguir avanzando.

Cuando era un joven estudiante, admiraba la tradición consolidada del activismo, la libertad de expresión, así como las reuniones pacíficas que se celebraban en las universidades americanas.

Hoy, estoy muy preocupado por los intentos por limitar el debate público y las protestas pacíficas en varios campus universitarios de EE.UU., lo que incluye la intimidación y arresto de estudiantes por ejercer sus derechos legítimos, sin importar su procedencia.

El antisemitismo es algo abominable, y yo lo condeno sin reservas.   También rechazo los intentos por relacionar todas las críticas hacia las políticas gubernamentales y las operaciones militares llevadas a cabo por Israel con el antisemitismo.

La libertad de expresión es fundamental en cualquier sociedad, en especial cuando existe un profundo desacuerdo en relación a cuestiones clave. No ha de equipararse nunca a la incitación a la violencia o al odio.

Estimados amigos y amigas,

Al igual que los desafíos a los que nos enfrentamos están interconectados, nuestras soluciones han de estar también vinculadas.

Yo creo que este proceso ha de empezar volviendo a situar a la humanidad en el centro de todas las políticas. Algunos gobiernos están fracasando a la hora de cumplir con su tarea más básica: apoyar y proteger a sus pueblos.

A la vez que los mercados han adquirido una condición de casi sagrados, muchas personas se están quedando atrás.

Pensemos, por el contrario, en el concepto originario del sur de África del Ubuntu, una idea que estoy seguro muchos y muchas de ustedes ya conocen.

El Ubuntu es un sistema de valores basado en el principio de que, y cito textualmente: "Yo soy lo que soy en razón de lo que tú eres".

Es un concepto que pone el énfasis en la interconexión y la unidad de la humanidad.

El Ubuntu subraya que nadie sería lo que son sin el apoyo y contribuciones de todas las demás personas; y que igualmente todos y todas tenemos una responsabilidad hacia nuestros prójimos.  

Ubuntu trata también sobre lo que nos hace auténticamente humanos, y está por lo tanto conectado intrínsecamente con nuestros derechos humanos inalienables.  

Estas ideas existen de forma muy clara en muchas otras culturas y lugares.

Yo soy un ferviente creyente en que el Ubuntu, así como las ideas y filosofías relacionadas, ofrecen un conjunto increíble de soluciones para los retos a los que nos enfrentamos, de manera especial a nivel comunitario y nacional.

Por ejemplo, cuando se trata de la justicia, Ubuntu hace hincapié en reparar las relaciones, en sustituir lo que se ha perdido o ha quedado dañado, en perdonar, y en buscar la reconciliación. ¿Con qué frecuencia escuchamos estas palabras en nuestra política fragmentada y enfrentada actual?

Los desafíos en materia de derechos humanos a los que nos enfrentamos en la actualidad exigen de un cambio de rumbo desde los planteamientos de arriba hacia abajo que han incorporado las grandes compañías tecnológicas, los autócratas, y los mercados, para optar por iniciativas que se basen en la unidad, la solidaridad y el Ubuntu en nuestras comunidades. Los defensores y defensoras de derechos humanos y otros grupos de la sociedad civil desempeñan un papel clave.

Debemos echar abajo los muros que dividen las causas por los derechos humanos, y trabajar de forma mucho más conjunta para crear un movimiento global contra la discriminación y la deshumanización basado en la raza, el género, la condición de indígena, la casta, la discapacidad, los ingresos, la orientación sexual, o cualquier otro factor.

Debemos consolidar alianzas, escuchar los mensajes de los otros, y expresar nuestro apoyo por los demás, situando claramente el foco en la sabiduría, la justicia y la compasión.

Debemos de hallar vías para integrar los derechos humanos en las tecnologías digitales.

Y debemos dar prioridad a los derechos de los jóvenes y de las generaciones futuras.

Como estudiantes en Princeton que sois, tenéis en vuestras manos un acceso incomparable a oportunidades, información, y conexiones en todo el planeta.

Yo os animo a hacer uso de vuestra energía y vuestra creatividad, vuestras posibilidades de acceso y, sí, vuestros privilegios, para trabajar por el bien común.

Yo os insto a pensar en lo que podéis hacer para apoyar y proteger los derechos humanos hoy y en el futuro.

Esforzaos por asegurar que todo el mundo tiene acceso a una vivienda adecuada, a educación, y a atención sanitaria, como una cuestión de derechos.

Insistid en favor de la protección de los refugiados, los migrantes, y otras minorías que son atacadas y usadas como cabezas de turco.  

Poned en cuestión las narrativas dañinas que denigran a personas vulnerables.

No subestiméis nunca vuestras propias contribuciones personales, las cuales son más importantes y urgentes de lo que vosotros creeis.

Os animo a formar parte de la solución; a continuar la tradición global de esta maravillosa universidad, líder en el mundo; y a trabajar dentro de vuestras comunidades y más allá para lograr la paz, la dignidad, y los derechos humanos para todas las personas.

Gracias.